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Cubero y Merino, Enrique(1845 - 1901)

En reconocimiento a su heroísmo.

Enrique Cubero y Merino

Si nos acercamos al panteón de la familia Cubero veremos en la base de la cruz que culmina el túmulo, a pesar de estar algo difuminada por el paso del tiempo, un símbolo muy conocido: el de la asociación humanitaria Cruz Roja. Este distintivo nos recuerda que el mausoleo fue costeado por esta organización para perpetuar en la memoria de los malagueños la abnegación y el heroísmo de Enrique Cubero y Merino.

Perteneciente a la tercera generación de una famosa saga de ceramistas, su familia se instaló en Málaga en el año 1820 proveniente de las localidades cordobesas de Baena y Doña Mencía, aunque su implicación con la ciudad fue tal que se les puede considerar malagueños de adopción pues las posteriores generaciones nacieron y murieron en Málaga. Fue el patriarca de la familia Francisco Cubero López el que puso en marcha el taller de cerámica en el número 23 del Pasaje de Heredia, que estuvo funcionando a pleno rendimiento a partir de 1830. Se especializaron en la elaboración de las afamadas figuras de barro malagueñas que, aunque producidas en serie para abaratar sus precios, gozaban de gran predicamento entre los coleccionistas de arte de Londres y París.

Entre los descendientes de Francisco destacaron uno de sus hijos y un nieto, ambos con el mismo nombre: José Cubero Gabardón. Obtuvieron premios en certámenes internacionales y sus trabajos fueron un referente cultural de mediados del siglo XIX. Su producción se basaba en la elaboración de figuras individuales o de grupos, de reducidas dimensiones de entre 20 y 40 centímetros, que modelaban en arcilla de gran calidad y, una vez cocidas, se policromaban con brillantes colores. Representaban con gran realismo los típicos y pintorescos personajes románticos andaluces de ese siglo XIX: toreros, caballistas, majos y majas bailando, bandoleros, músicos, campesinos, mendigos, vendedores ambulantes… Una colección de estas figuras se encuentra expuesta en el museo taurino de la Malagueta e incluso una de ellas representando a un torero sirvió para ilustrar el cartel taurino de la feria de Málaga del año 2013.

Otro nieto del creador de la saga fue Enrique Cubero y Merino, triste protagonista de un acontecimiento luctuoso que pervive en la memoria de la ciudad. Nació en 1845 y fue alumno aventajado de la Escuela de Bellas Artes de Málaga. Recibió numerosos galardones dentro y fuera de España y fué catedrático de modelado en la Escuela Provincial de Bellas Artes de Córdoba. Una vez que pasó la época dorada de los barros elaborados en el taller familiar entre 1830 y 1850 e impulsado por sus inquietudes viajeras, apenas participó en el taller familiar. Vocal de la Comisión Provincial de la Cruz Roja de Málaga destacó por su participación en labores humanitarias recibiendo diversos premios: Medalla de plata por la guerra de Melilla en 1894, Medalla de oro por bien a la humanidad durante la guerra en Ultramar en 1900 y Medalla conmemorativa por la repatriación de Cuba y Filipinas en el año 1901. El 16 de Diciembre de 1900, durante el rescate de los supervivientes del naufragio de la fragata alemana Gneisenau, se distinguió por su arrojo al igual que muchos otros malagueños, lo que le valió a la ciudad el reconocimiento de la Reina Regente María Cristina y la concesión del título de Muy Hospitalaria.

Justamente un año después, a las cinco de la madrugada del 19 de Diciembre de 1901 las campanas de la Catedral rompen el silencio de la ciudad para avisar a los malagueños de un incendio de proporciones catastróficas. Se había producido en “El Conventico”, antiguo convento de los Trinitarios Descalzos fundado en 1634. Situado junto a la calle Larios entre las calles Liborio García y Marín García, fue la primera sede de la cofradía de Jesús del Rescate y María Stma. de Gracia. Con la desamortización desaparece el convento como tal y se transforma en un edificio comercial. En el momento del incendio era propiedad del industrial Pedro Temboury y en sus cuatro plantas se repartían 33 locales que albergaban almacenes, talleres, una de las primeras cervecerías de la ciudad, una bodega, diferentes comercios, oficinas y viviendas. El pavoroso incendio se prolongó durante varios días y se saldó con numerosos heridos y dos víctimas mortales, uno de ellos el protagonista de nuestra historia, el artista Enrique Cubero, que perdió la vida enterrado bajo los escombros durante el rescate de las víctimas. Fue enterrado en medio de una gran manifestación de dolor de muchos malagueños y la Asamblea Local de la Cruz Roja aprobó costear la construcción de su mausoleo como reconocimiento a su entrega y heroísmo.

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